jueves, 2 de junio de 2011

Anexo de Parte 1 /Comer-Rezar-Amar


Una amiga me llevó a un sitio impresionante el otro día, se llama El Augusteo: Octavio Augusto lo construyó para que albergara sus restos. Cuando llegaron los bárbaros, lo arrasaron junto con todo lo demás.
El gran Augusto, el primer gran emperador de Roma…¿Cómo podría haber imaginado él que Roma, o lo que para él era el mundo entero, acabaría un día en ruinas?

En la alta edad media entraron y robaron las cenizas del emperador, en el S. XII se convirtió en una fortaleza y luego, en una plaza de toros. Después sirvió de almacén de fuegos artificiales y hoy, es una letrina para los sin techo.

Es uno de los lugares más silenciosos y solitarios de Roma. La ciudad ha ido creciendo a su alrededor durante siglos, es… como una bella herida, como un desengaño amoroso al que te aferras por el placer del dolor. Todos queremos que nada cambie, nos conformamos con vivir infelices porque nos da miedo el cambio, que todo quede reducido a ruinas…Pero al contemplar ese sitio, el caos que ha soportado, la forma en la que ha sido adaptado, incendiado, saqueado…y luego hallado el modo de volverse a levantar…me vine arriba.

Alomejor mi vida no es tan caótica, y es el mundo el que lo es y el único engaño es intentar aferrarse a ella a toda costa. Las ruinas son un regalo…Las ruinas son el camino a la transformación, y el Augusteo me ha enseñado que debemos estar siempre preparados para infinitas oleadas de transformación.

Definitivamente Increible

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